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Un conflicto externo a la industria que golpea a Vaca Muerta

Después de lo que significó el 2020 para Vaca Muerta, los cortes de ruta actuales le ponen un freno a la recuperación de los últimos meses.

Por más de diez días los autoconvocados de la salud bloquearon los principales accesos a los yacimientos hidrocarburíferos de Neuquén. Más allá de la legitimidad del reclamo y de los cruces entre manifestantes y funcionarios provinciales, las consecuencias sobre la industria son de un nivel preocupante.

Es que más de 40 equipos de torre se encuentran paralizados y en el gobierno nacional saben que, sin Vaca Muerta, los objetivos del Plan Gas.Ar no podrán ser alcanzados. Así lo reconoció el propio secretario de Energía de la Nación, Darío Martínez (ver página 11).

En yacimientos clave como Loma Campana de YPF o Fortín de Piedra de Tecpetrol se explica buena parte de la producción de shale oil y shale gas, respectivamente, del país y que ubica a la Cuenca Neuquina como una pieza fundamental del abastecimiento de hidrocarburos.

Una vez resuelto el conflicto con los trabajadores de la salud, aquellos que estuvieron y están en la primera línea en la lucha contra la pandemia, los bloques no convencionales tendrán que volver a activarse, y la logística llevará un buen tiempo. En los próximos meses solo podrá verse la producción que generaron los pozos conectados, en una suerte de piloto automático, puesto que no hubo perforación ni fracturas, claves para incrementar la producción.

En marzo, Vaca Muerta arrojó un resultado positivo con relación a febrero. YPF creció un 9% de la mano de Loma Campana y Vista Oil & Gas también tuvo un importante protagonismo con su bloque Baja del Palo Oeste, donde dio un salto del 24%. Estos datos son favorables en el contraste con el olvidable año 2020 y la crisis de la demanda por la pandemia, las medidas de aislamiento en el mundo y el cierre de producción para que no haya sobrestock.

En el gobierno de Omar Gutiérrez esperaban que este año pueda alcanzarse el objetivo de 200 mil barriles de petróleo por día, luego del récord de marzo con los 178 mil barriles diarios. Con este panorama que implica desacuerdos, cruces y la intervención de la Justicia, los piquetes terminaron siendo prolongados y afectaron la producción, el abastecimiento de combustibles y, claro está, la paciencia de los trabajadores involucrados en el conflicto y de aquellos que se vieron impedidos de subir al campo (ver páginas 8 y 9).

La pandemia del 2020 fue la peor crisis para la industria hidrocarburífera en su historia -y para toda la economía global-, donde el eje estaba puesto en la falta de demanda de petróleo y no en algún factor propio del sector como el precio del barril o un recorte de la producción de la OPEP. Fue un “cisne negro”, como se lo catalogó, un acontecimiento imprevisto que tiene consecuencias a escala social y económica.

Así como el COVID-19 fue el cisne negro para el mundo, el piquete de los autoconvocados sería una suerte de pequeño cisne negro para la economía neuquina, que hacía mucho tiempo que no veía un reclamo de estas características, una negociación tan extensa y un impacto que atraviese a toda la sociedad.

Y esto más allá de que los piquetes en la Argentina más que un cisne negro son una variable a tener en cuenta para cualquier inversor. En los gráficos de tendencias de producción, cada vez que aparece una baja abrupta es probable que esté relacionada con un conflicto sindical en el petróleo o una protesta exógena a la industria que tuvo su impacto en el movimiento de los yacimientos.

Las consecuencias de un diálogo fallido y cada día de bloqueo serán una herida para la actividad de Vaca Muerta.

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